26 dic 2012

Aplicaciones: ni con ellas ni sin ellas.

Actualmente es impensable comprarse cualquier cacharro que no tenga aplicaciones. Lo que antes llamábamos programas y ahora aplicaciones son esos juegos que te enganchan durante horas, ese procesador de texto en el que has escrito más palabras que el autor de Juego de Tronos, o esa hoja de cálculo en la que has entrado más fórmulas de las que Einstein jamás escribió en su pizarra.

Pues bien, las aplicaciones en realidad son unos parásitos peligrosísimos: Se instalan en tu sistema operativo, echan raíces en él, pelean ferozmente por sus nutrientes, y lo acaban dejando seco. Y cuando esto ocurre, todo el ecosistema muere, hay que borrarlo todo y empezar de nuevo: ocurre con Windows, iOS, Android, Linux... y a continuación toca tirar de copias de seguriad y de descargas para volver a plantar esas mismas aplicaciones que volverán a canibalizar el sistema operativo hasta que el Ciclo de la Vida vuelva a cerrarse fatalmente.

Pero hubo un tiempo en que una aplicación era una única carpeta en tu disco duro. Más o menos grande, con más o menos subcarpetas, pero estaba ahí contenida. Sabías que si la borrabas, desaparecería como si nunca hubiera existido. Sabías que si la copiabas a tu nuevo y flamante ordenador, volvería a funcionar perfectamente sin perder apenas tiempo en configurarla de nuevo. Pero todo eso terminó, o en realidad duró muy poco. Ahora mismo -y es aquí donde quería llegar- tener un sistema operativo implica que cuando muera o tengas que actualizarlo, vas a pasarte la tarde o lo que queda de fin de semana instalando aplicaciones, restaurando copias de seguridad, y rezando a todas las deidades existentes para que no hayas perdido nada en el proceso (aunque siempre se escapa algo, no falla).

Vale que actualmente la mayoría de sistemas operativos tienen opciones de copia de seguridad y de restauración. En ocasiones van muy bien, pero en otras consiguen que el desierto árido en que se había convertido tu anterior sistema operativo, vuelva a aparecer como por arte de magia en el nuevo y acabes preguntándote si valía la pena haber hecho ''el traslado''.

Ojalá las aplicaciones pudieran volver a ser transportables en vez de estar troceadas por todo el espacio de almacenamiento. Que sus configuraciones residieran donde dichas aplicaciones, y no en ninguna carpeta compartida o perdidas por ahí en alguna clave de algún registro inmundo. De esta manera el sistema operativo no sufriría, las aplicaciones podrían borrarse de un plumazo o conservarse o reinstalarse de manera cómoda y segura. Orden en el caos. Luz en la oscuridad. ¿O acaso os parecería bien tener la mesa del comedor compartiendo elementos con la mesita de noche y el escritorio? (vale, algún manazas lo habrá conseguido montando sus muebles de IKEA, ¡pero no cuenta!).

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